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Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en LinkedINDesde la instalación de la primera granja de avestruces en Madrid, el año 1.993, la cría de avestruces se desarrolló a gran velocidad, madurando en ciertos aspectos si tenemos en cuenta la situación actual. Hasta 1.995 las primeras granjas fueron gestionadas en su mayor parte por personas ajenas a la producción animal, que rentabilizaron en breve plazo la inversión realizada a través de la venta de aves para la creación de nuevas explotaciones.
Fue un momento inicial, caracterizado por la escasa información sobre las peculiaridades de éstas aves en producción y no carente de especulación comercial. Muchas explotaciones se convierten en cierto modo en “almacenes de animales” destinados a venta, si bien es cierto que otra parte parten como verdaderas granjas con ciclo completo.
El sector ganadero de España quiso darle una oportunidad a un producto exótico que, precisamente por ese factor, creían que triunfaría. Pero nada más lejos de la realidad. Lo que se extendió por el país a una velocidad sin precedentes acabó arruinando a cientos de ganaderos.
Factores de naturaleza medioambiental – la climatología - y económica - los elevados costes de producción -, entre otras razones, no han favorecido la producción en algunas zonas del norte de España, a juzgar por el escaso número de granjas. Algunas granjas no ha evolucionado adecuadamente en volumen de producción-rentabilidad, porque carecian de la superficie e infraestructuras necesarias.
Otras han visto mermados sus ingresos por prolongar excesiva e inevitablemente la espera de mejoras en el mercado. Ciertos parámetros de rentabilidad no han podido mejorarse o no han sido aplicados, dado que en muchos casos la situación financiera y de mercado impidio ponerlos en practica.
La comercialización de la carne aún es escasa en volumen y poco constante en el suministro y se realiza principalmente en mercados locales y en algunas grandes capitales, principalmente al sector de restauración y escasamente al comercio minorista de alimentación o a grandes superficies de alimentación.
Crece la preocupación de los criadores debido principalmente a que las expectativas de sacrificio - por el número de aves disponibles en las granjas - son cada vez mayores, pero las posibilidades reales de comercialización aún no son las esperadas.
Lo cierto es que se dieron varias razones para que se tuviera la firme creencia de que el comercio de carne de avestruz podía fructificar en España. Se trataba de carne roja sin apenas grasa, los huevos también eran más saludables, en su momento coincidió con problemas como el de las vacas locas, por lo que la gente se podía decantar más por esta carne… En otras palabras, una apuesta segura a la que pronto sacarían beneficio.
Entonces, ¿qué pasó? Pasó que no se estudió bien el plan. “No se tuvo en cuenta la complejidad de estas aves. De cada 100 huevos igual se te mueren 30 pollos, tienen una mortalidad alta, algo que no te pasa con otras especies”, explicaba Federico Castelló, CEO Real Escuela de Avicultura, para Vozpópuli. El factor económico tampoco se calculó bien: “Un avestruz come 5 veces más que un pollo, de manera que la carne, aunque sea más sana, siempre será más cara, porque cuesta más producirla”. Y la gente no estaba dispuesta a pagar más teniendo opciones más baratas en el mercado. Quizás la idea no era mala, pero se planteó de tal manera que ni para productores ni para consumidores salía rentable.
Apenas queda nada de aquel boom que se vivió a mediados de la década de los 90 cuando se llegaron a contabilizar cerca de un millar de explotaciones en España dedicadas a estos animales salvajes importados desde el continente africano. A priori, se daban las circunstancias para un negocio redondo: carne roja prácticamente sin grasa, huevos con un bajo nivel de colesterol, plumas para decoración y piel para bolsos y carteras. Algunos expertos sostienen que se sobredimensionaron las expectativas sin tener en cuenta la complejidad del animal.
La subida de precios de los piensos, la crisis económica y la falta de cultura gastronómica por parte del consumidor han terminado por condenar al sector hasta prácticamente su desaparición.
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